Beber una copa de tempranillo blanco puede parecer un gesto simple. Pero cuando sabes que esta variedad es el resultado de una mutación natural descubierta en 1988 por azar en un viñedo de Murillo de Río Leza, y que solo está permitida en Rioja, algo cambia. Deja de ser solo un vino blanco: se convierte en una rareza genética, en una historia viva.
Saber que esta uva, surgida espontáneamente en una cepa de tempranillo tinta, fue cuidada, protegida y reproducida hasta encontrar su sitio en la denominación Rioja, añade profundidad al placer. No es solo fruta blanca y crianza en barrica. Es la respuesta del conocimiento a un giro imprevisible de la naturaleza.
Cuanto más sabes de un tema, más intensa se vuelve la experiencia. No por esnobismo, sino porque el conocimiento afina los sentidos. Y de eso se trata: de vivir con más capas, con más matices, de disfrutar más de los placeres de la vida. Como un vino bien hecho.
Compartir artículo