Interesante y muy recomendable este artículo de Víctor de la Serna, publicado en elmundovino.com, el 19 de julio Por qué siendo fácil se hace todo tan difícil? CUANDO LLEVA MEDIO SIGLO ALEJÁNDOSE DEL VINO Cómo recuperar el consumo en España VÍCTOR DE LA SERNA
Voluntariosas mesas redondas con catedráticos y demás autoridades académicas, auspiciadas por respetables diarios regionales: así se promueve en España en 2013 la cultura del vino entre unos jóvenes que viven muy alejados de ella y cuya paulatina entrada en el mercado acelera ese descenso anual del consumo que deja éste a poco más de una tercera parte, 'per cápita', del consumo de vino en Francia y por debajo de países tan escasamente productores como Gran Bretaña o Dinamarca. Con esas mesas redondas poco se va a conseguir. El vino es placer, gusto, buen humor, compañía en la mesa junto a alimentos sólidos, antes que abstrusas disquisiciones académicas. El marco universitario sí que es interesante, al estar reunido allí el núcleo central de los jóvenes entre 18 y 23 años de este país: a partir de los 21-22, no antes, es cuando se puede esperar que nazca una verdadera afición por una bebida que no es ni dulce ni fuertemente alcoholizada como lo son los componentes de las que la juventud suele ingurgitar los fines de semana en esos botellones que han proliferado a lo largo de los 20 últimos años. Sin embargo, ante un público joven las conferencias y mesas redondas no sugieren sino tedio. Y las explicaciones alambicadas de ciertos gurús del vino tampoco atraen hacia un mundo que intimida o aburre, a partes iguales quizá, que parece requerir conocimientos avanzados, que no promete placeres rápidos y sencillos como los ofrece un refresco de cola con ron. Mucho más interesante es ofrecer unas catas simpáticas de vinos sencillos, frutales, frescos, rápidamente comprensibles. Probar una bebida agradable en un ambiente distendido hará más por iniciar en la cultura del vino a las jóvenes generaciones que todas las mesas redondas con sabios encorbatados. Lo que sucede es que, en este país cada día más ignorante de sus propias tradiciones y más anti-vino, eso no es fácil de organizar. Hace pocos años, un proyecto serio de cursos de cata de vinos para alumnos de la Universidad Complutense de Madrid fue abortado de cuajo por su Rectorado en cuanto se enteró de él: la Universidad no está para fomentar el alcoholismo, hizo saber en un comunicado. Y se quedó tan contento. La Federación Española del Vino (FEV), patronal del sector, preconiza –como era de suponer– lo contrario a través de su campaña por el vino con moderación que, bajo el lema 'saber beber es saber vivir', ha sido acogida por la Unión Europea. Pero hay que reconocer que en España lo tiene cuesta arriba. Éste es el país donde se elaboran leyes de protección de la juventud en las que se equipara el vino con los alcoholes destilados y las drogas duras, cuando el argumento de la FEV es justamente que el vino, que se disfruta generalmente acompañado de comida y que no se consume en grandes cantidades durante un par de días a la semana, es un arma de prevención del alcoholismo. Un dato estadístico incontrovertible: en dos decenios ha bajado el consumo 'per cápita' de 40 a 15 litros anuales en España, y mientras tanto los problemas de salud derivados del alcoholismo no han hecho sino aumentar. ¿A qué se debe esta marginalización del vino en España? Es curioso ver que el prestigio, que ese carácter que en anglicismo al uso hoy se llama 'aspiracional', que tiene el vino entre los jóvenes profesionales de Gran Bretaña, Estados Unidos, Escandinavia o incluso China, y no digamos en países de vieja tradición como Francia o Italia, no se observa en España, o se observa entre reductos mucho más pequeños de aficionados. En un país mediterráneo históricamente productor y consumidor, ésa es una característica sorprendente, aunque en realidad se reproduce de manera similar en otro país: Grecia. Y por las mismas razones. Históricamente, el vino ha sido una actividad artesana y familiar en España, Francia, Italia, Alemania, Suiza y demás países productores: se elaboraba vino para consumo propio y los mejores productores lograban venderlo a terceros. A partir del siglo XIX las mejores propiedades vitícolas adquirieron nombre y renombre propios y se desarrolló el moderno comercio del vino. Pero en España solamente Jerez y Rioja entraron en él, exportando gran parte de su producción: en 1950 solamente pequeños sectores de la burguesía de Bilbao y Madrid consumían vinos de Rioja fuera de la propia zona productora. Por una parte, las bodegas de Jerez y Rioja adquirieron pronto grandes dimensiones, más industriales que artesanas; justamente 'bodegas industriales' fue el nombre que se dio a las que aparecieron en Haro y otros puntos hace 150 años. Por otra, el fenómeno cooperativista, desde finales del siglo XIX, y las primeras bodegas privadas manchegas extendieron el concepto industrial, y las producciones masivas en las que la cantidad primaba de lejos sobre la calidad. Las cooperativas tenían un fin social, el de mejorar el nivel de vida en el campo, y no comercial. Hoy vemos que, incluso con el 'boom' de calidad de los últimos años, en España hay menos bodegas, y de un promedio de dimensiones muy superior, que en Francia o Italia: unas 4.000 frente a más de 25.000 francesas y más de 15.000 italianas. Una de las consecuencias de este tipo de desarrollo fue una muy baja calidad media del producto. Las fábricas de gaseosa basaron su éxito en que la mayor parte de la población hacía tolerable el vino –componente calórico importante de la dieta de un país mayoritariamente agrario y pobre– mezclándolo con ese agua dulcecita y con burbujas. En sí, el vino, que las familias ya no elaboraban, acabó equiparado en la conciencia colectiva con una vida de estrecheces y privaciones, y en cuanto el país empezó a progresar económicamente hacia 1960 los consumidores lo abandonaron en favor de la cerveza o del whisky Dyc, símbolos del desarrollismo. Ha pasado medio siglo, el declive nunca se ha detenido pese a la mejoría general de la calidad, una mejoría que habría que matizar porque en muchos casos fue acompañada de unas elaboraciones tecnológicas con mucho roble, mucho alcohol y mucha extracción favorecidas por quienes creían que ayudaban a vender en mercados anglosajones, y que a menudo derivaron en vinos caricaturescos. Pero, con éstos o sin éstos, el daño estaba hecho: en muchos casos no fueron los padres, sino ya los abuelos de los jóvenes de 2013 los que dieron la espalda al vino. Cuando hay que reconstruir desde cero, o casi, se hace con sencillez y de forma práctica: "Esta es una copa de vino fresquito y del año, con sabor a fruta. Pruébala con un poco de queso o de este embutido, y verás lo bueno que está". Eso es lo que se debería estar diciendo a los jóvenes universitarios y no se hace. Si se hiciese, luego llegarían los pasos siguientes a medida que cada uno se familiarizase con el vino y empezase a tener sus preferencias. Crece la curiosidad y crece el conocimiento cuando se hacen las cosas bien. Por los cimientos, no por el tejado. Fecha de publicación: 19.07.2013
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